Cruzar el umbral de esta pizzería despierta una sensación auténtica y casi nostálgica: un ambiente sencillo, con mobiliario que refleja el paso del tiempo y que, aunque con encanto, podría necesitar una renovación para estar a la altura de la calidad de sus platos.

La protagonista de la velada fue una pizza audaz: crema de espárragos, puntas de espárrago envueltas en panceta crujiente y una suave fondue de quesos. La masa, con un 70% de hidratación, muestra la mano experta del pizzero: alveolado elegante, aroma a cereales y una ligereza destacable. La cocción a 330 °C dejó la pizza algo seca, pero el equilibrio de sabores—dulzura de los espárragos, salinidad de la panceta y cremosidad de la fondue—es sobresaliente.

Interesante también la Margherita, preparada con una cocción más intensa a sugerencia de los inspectores, que resultó en un borde más inflado, mejor derretido del queso y un equilibrio general que revela el verdadero potencial de la cocina.

El punto débil no es la pizza, sino el entorno: el servicio amable pero poco estructurado y la ubicación algo anticuada no reflejan la calidad del producto.

En definitiva, una pizzería con mucho potencial: técnica y masa de alto nivel que, con algunas mejoras en el ambiente y la atención a la cocción, podría competir a un nivel superior.